Dos bonitas anécdotas de "tiempos antiguos"
Don Laureano López Rodó, Numerario del Opus Dei, y dos veces ministro de los gobiernos de Franco contó en una entrevista que le hizo Jose Luis Olaizola dos bonitas anédotas apostólicas que tuvieron lugar en dos viajes de avión. El tema es la “increencia”. Dice D. Laureano - Mi experiencia es que la increencia no existe ni en los paises en los que son o han sido, oficialmente ateos. Me acuerdo en un vuelo Madrid –París me tocó sentareme junto a un joven cubano, que disfrutaba de una beca;me hizo una gran apología de Castro y del marxismo, para terminar declarándose ateo. Yo le dije: “Entonces usted cree que es un botijo lleno de aire que cuando al final se rompe no queda nada?”Se quedó muy pensativo y admitió: “¡Hombre¡ Algo bailka por dentro”Y en Rusia recuerdo otra anécdota más representativa. Fue en un vuelo deLeningrado a Varsovia un día de septiembre, gris muy frío, muy de madrugada, y me tocó al lado de un ruso, profesor de inglés, que viéndome a punto menos que tiritar, me cedió su asiento que recibía los rayos del sol, cuando tomamos altura.Como le dije que no había podsido desayunar, gestionó con la azafata que nos trajeran té con unas galletas, y me cedió también el suyo porque él ya había desayunado en su casa. Ignoraba quién era yo y sin embargo me hizo una pregunta insólita: “¿Cómo se explica usted que en pleno siglo XX se haya instaurado la monarquí en España?” claro le pude dar una respuestasatisfactoria. Pero al poco ya estaba hablando de religión so pretexto de una visita al “Ermitage”. - Me dijo – continúa D. Laureano-: “Ustedes pueden disfrutar más del arte de ese museo; nosotros, como está prohibida la enseñanza de la religión, apenas podemos apreciar la pintura que está basada en motivos religiosos. Por ejemplo no sabemos quien fue la Magdalena…”Y yo le pregunté: “si a ustedes los educan en el ateísmo que sentido tiene la vida?” “Nos dicen que el Progreso pero…” me contestó el pobre hombre meditabundo. Cuando le expliqué que el único sentido de la vida es caminar hacia Dios, mostró un gran interés. Seguí ilustrándole sobre las verdades esenciales de nuestra fe, y cuando le hablé de los Evangelios, me dijo. “¡Lo que yo daría por tener ese libro¡” “Pues aquí lo tiene usted y además en inglés”. Porque efectivamente llevaba un ejemplar en ese idioma. - ¡Caramba don Laureano, noi pierde usted comba ¿Cómo dice? Que no perdió usted la ocasión de hacer catequesis. Como debe ser. Desde entonces el profesor Levedef, ese es su nombre,me escribe todas las Navidades t se refiere al libro que yo le regalé como un tesoro. El en compensación se empeñó en regalarme unas latas de caviar de la mejor calidad, que yo no quería aceptar pero él insistía: “¿No se da cuenta de que usted me ha dado a mí algo muy superior?
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