22 agosto, 2013

La bufanda

He vuelto a coger el ganchillo. No me da calor el trabajar la lana. Me siento, más bién como una alegre hormiga hacendosa que se prepara para el invierno. Creo que el “ganchillo” no debería perderse. Más entretenido que las maquinitas es un trabajo artesano, bonito y útil que además descansa. Y por su mecánica rutina, pacifica y permite el gozoso encuentro con una misma. Algunas de mis nietas querría aprender.Intento enseñarles pero no tienen paciencia: “Toma – me dicen sonriendo, devolviéndome ganchillo y lana – ¡no me sale¡”. No está todo perdido, ya mujeres, si la servidumbre que imponen los tiempos se lo permite, habrá “talleres” en los que podrán aprender. A mí me enseñó,a los nueve años, la Madre Paula en el Colegio de las Teresianas, en Cirilo Amorós 62. Durante la clase de labor rezábamos el rosario. Algunas, que tenían lana suficiente, hacían una “mañanita”, las otras una bufanda, o sencillamente aprendíamos a hacer el punto. En 1950, mi madre, o no estaba por el desenbolso, o no tenía confianza en mí para lo de la “mañanita”. Este verano he vuelto a hacer alegremente mi “hora de labor”. Pero rezo el rosario fuera de ella.