Un día da para mucho (I)
Un día da para mucho si uno si se está conectada con la gente; condición necesaria, pero no suficiente, para ser feliz. Contaré mi día de hoy que agradezco a Dios.
Por la mañana he ido a San Juan del Hospital: misa, confesión y Retiro mensual. Una mañana así da paz para el día entero. A éste, ha acudido mi amiga Tere. Un placer oír con una amiga las únicas palabras imprescindibles aquellas que inciden en la verdad de lo que somos. Siempre que viene sale contenta y con paz. El sacerdote ha empezado hablando de Caín y Abel: los dos hacían sus ofrendas al Señor, las de Abel agradaban a Dios, porque ofrecía lo mejor de su rebaño, no lo hacía así Caín. De lo que deduzco que debía ser tacañón que es una forma que tenemos los mortales de ser tontos.
De ahí, ha resaltado que está en la naturaleza humana el ofrecer cosas a los demás, en señal de cariño o agradecimiento, y por supuesto a Dios. Los judíos tenían muy asimilada la necesidad de hacer sacrificios, ofrendas a Dios. De hecho en el templo de Jerusalén había dos sacrificios obligatorios: uno por la mañana y otro por la tarde, pero además todo el día estaba jalonado por los sacrificios individuales: corderos, bueyes , palomas..De ahí, el sacerdote, ha pasado a hablar del Santo Sacrificio de la Misa - Sacrificio de la Nueva Alianza - : Cristo renueva en ella cada día , su sacrificio en la cruz por todos nosotros. Me gustaría volver sobre esa meditación. Veremos. Tere y yo hemos salido alegres, después de la hora y cuarto que hemos pasado junto al sagrario escuchando atentamente.
Hoy operaban de epilepsia al hijo de Mila, amiga y compañera de los tiempos lejanos de universitaria. Operación, según me dijo ésta, con mucho riesgo. La hemos rezado mucha gente y nos ha lucido. Le dijeron que estaría varios días en la u.c.i, y les han dicho que si no hay novedad, mañana lo bajan a planta. El “angelito”, en la treintena, que a pesar de que su madre es religiosa él vive sin Dios, le había dicho: “si me muero, que me incineren y no quiero funeral”. Total, que Santiago, que así se llama, no se podía morir ahora. Cuando me lo contó, no resistí decirle a su madre: “Le has dicho que por su operación está rezando mucha gente?. Se lo había dicho.
Gracias tibi Deus, gracias tibi.
Me gustaría seguir contando el resto del día.
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