La tarde de ayer
Ayer fue un día importante: fuí aceptada por mi nieta Lucía. Me ha costado sus diez meses de edad, pero ha valido la pena. El que me deje cogerla en brazos, ser mirada con cariño por unos ojazos negros y obsequiada a la vez con una simpática sonrisa que no sé describir, es todo un regalo al que procuro corresponder.Las abuelas además de querer a los nietos, tenemos que rezar por ellos. Para que sean hombres y mujeres de bié. Conviene empezar pronto. De momento la oración por Lucía, está englobada por la general:" por mis nietos". Tiempo habrá, Dios mediante, de particularizar.
La tarde de ayer fue bonita. En el cuarto de estar – que gracias a Dios es generoso – convivíamos: Juan trabajando en el ordenador, lo que podía - ayer tenía él que hacerse cargo de su hija Lucía -, mi nieta Marta de 12 años - que viene todos los viernes a casa y le pongo siempre una buena película - a la que le puse, bajita, para que su tío pudiera concentrarse minimamente, “Orgullo y Prejuicio”. Marta oía mal,y cada dos por tres la veías, de pié a palmo y medio de la tele para no perderse ripio, del adusto diálogo, bajo la lluvia, de Elizabeth Bennet y el señor Darcy, Lucía a ratos,en brazos sucesivos – acabamos cogiéndola todos - en el cochecito o reptando por el suelo, y yo sacando adelante ¡que ya era hora¡ un buen cesto de plancha de ropa blanca. Todos unidos por el calor, no solo familiar, sino del aire acondicionado.
La crisis tiene su punto entrañable: en los años cincuenta, mi padre estudiaba sus libros de medicina sentado al brasero frente a mi madre que repasaba ropa o hacía punto,y mi hermana y yo andábamos por allí. Salir del cuarto de estar era temerario. Hoy, no solo he envejecido, sino que respecto al cuarto de estar de mi casa he ganado mucho espacio.
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