Curas y pacharán
Me alegra postear esta entrada del blog de D. Enrique Monasterio, que me mandó mi yerno y en el que pienso entrar.
Curas y pacharán
La foto está ampliada, desde luego Me han invitado a una tertulia de sacerdotes de una diócesis que no es la mía. Conozco a la mayor parte de los asistentes, pero no los he visto quizá desde hace veinte o treinta años. Me pregunto si podré identificarlos después de tanto tiempo. Nada más llegar al jardín, se me acerca uno con una sonrisa que le llena la cara.―¡Estás como siempre, hecho un morrosko! Abrazo con fuerza al embustero y le respondo con la misma moneda.―Pues anda que tú… ¿Qué tienes? ¿50?―¡Quita, quita…; 78…!Entramos en la casa y allí están casi todos; tal vez quince o veinte. Faltan sólo los que se fueron al Cielo. Hay un jovencito, la mar de elegante con su clergyman negro, al que no conozco.―Treinta y ocho tacos ―precisa―.―O sea, un chaval…―Sí, sí… ―interviene Juan―; un chaval, pero cualquier día le hacen obispo y nos mete en cintura. Entre tazas de café, poleo y manzanilla, acompañadas por unas copas diminutas de pacharán, empiezo a contar historias a los curas. Están atentos, con los ojos muy abiertos, como si yo pudiese enseñarles algo que no sepan. Me voy fijando en los rostros de cada uno mientras trato de actualizar la imagen que aún conservo en la memoria. Es evidente que, si hubiesen elegido otro oficio, todos estarían jubilados. También los sacerdotes se jubilan, desde luego, pero un buen cura sigue siempre al pie del cañón mientras la salud se lo permita. Se necesitan muchos miles de horas de confesonario, de catequesis, de atención a los niños, a los viejos, a los enfermos… No hay paro, gracias a Dios, entre el clero. Uno de los presentes celebra su 85 cumpleaños. En realidad los cumplió hace quince días, pero hasta hoy no ha podido celebrarlo; anduvo de médicos y hospitales. En su honor ha aparecido el pacharán, y en su honor algunos han compuesto apasionados poemas, demasiado serios para mi gusto, llenos de recuerdos del seminario. Uno toca la guitarra; pero está tan desafinada como las voces que corean la primera canción. Yo los miro y remiro sin dejar de dar gracias a Dios. ¿Dónde se ha visto a un grupo de ancianos tan alegres? Son hombres de su tiempo, cultos, algunos con titulación universitaria. Veo a dos médicos, a un doctor en Derecho, a un filósofo… No son un rebañito de tontos ni una camarilla de ingenuos; viven en medio del mundo; soportan la crisis y los achaques de la edad. Algunos han probado la amargura del aislamiento, los insultos obscenos, la calumnia. Han sufrido por la Iglesia universal y por su pequeña iglesia de pueblo, y han vivido muchas vidas, desde el bautismo hasta la tumba, sin esperar nada a cambio. En sus rostros debería haber quedado una huella de amargura o de rencor; pero Dios les expropió su vida hace muchos años y eso se nota hasta en el cutis. Todos saborean ya un poco del ciento por uno que Jesús prometió a los que se le entregan por completo. Hace un par de meses salió una encuesta llena de números y porcentajes en la que se aseguraba que los profesionales más felices son los sacerdotes. ¡Menudo descubrimiento! Camino de casa, me digo que debería escribir algo sobre esta alegría de los curas, pero lo cierto es que no sé por dónde empezar. Dentro de un par de días volveré a charlar con los chichos que muy pronto acabarán el bachillerato y aspiran a ser empresarios, juristas, economistas de éxito. A más de uno le he dicho.―Así que lo que tú quieres es forrarte… ―¡Claro! ―suelen contestar como quien dice una obviedad―.Y más de una vez, con el descaro que dan los años, he respondido:―¿Y por qué no te haces cura? No te forrarás pero es infinitamente más divertido .Y entonces le cuento viejas historias; más o menos las mismas de siempre, que son las que sé contar; las de la tertulia de esta tarde. Claro que sin pacharán.
(blog de D. Enrique Monasterio http://pensarporlibre.blogspot.com )
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