Un día da mucho de sí (II)
Cuando llegué a mediodía a casa, al poco vinon a comer mi nieta Marta y al rato mi hijo Juan. En la cocina, metida en el “zafarrancho de combate” que se monta cuando se quiere hacer una comida apetitosa y barata en poco tiempo – la comida que hacemos debe cuidarse - pensé, no sin alegría, que las abuelas practicamos a diario una obra de misericordia: “dar de comer al hambriento”. Cosa que por otro lado nos mantie en forma: hoy son muchas las abuelas que llevan vaqueros, y no les están mal. Como con 70 años, siguen llevando el ritmo de los 50, y muchas veces con más gente a su cargo y crisis añadida, realmente no se tiene tiempo de envejecer.
A las 5 fui a por Álvaro al Colegio, y a las 6 se fueron de casa hijos y nietos. Al verme sola con la disyuntiva de quedarme a poner orden en los papeles del banco, para los que no encuentro nunca tiempo, - nunca se tiene para las cosas que fastidian - me dije: “¡Yo, me largo¡” . Y así sacudí la murría de verme sola. Contra la tristeza hay que luchar sin tregua. Es bueno recordar que a veces “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Así pués, llamé a Conchita – 96 años cumplirá el 29 de abril, festividad de Santa Catalina de Siena - y le dijé: “¡Conchita, voy a verte¡”. Estamos lejos, pero bién comunicadas por el “71”. Vive en la calle Jesús. Lo que no deja de tener miga: Conchita desde que se quedó viuda con dos niños y 27 años, no ha dejado de trata a Jesús a diario. Conchita, tiene una buena cabeza. Me lo pasé bién recordando cuando su hija Inmaculada y yo íbamos al Colegio, y disfruté de mesa camilla y brasero . Volví contenta a casa. En el autobús me encontré con otra teresiana, y cogimos la charrada. Su marido, el pobre, tuvo que cederme el asiento... Vicente, que así se llama, no me quitaba ojo, cuando nos me encontrábamos en San Andrés en misa de 11 y yo tenía 16 años…
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