Aldabonazos
Mi madre decía: “en otoño, con la caída de la hoja se mueren muchos viejecitos”. Lo decía con un encanto especial, el de aquella que sabe que después de todo, la vida no termina aquí. Esto es solo, aunque decisivo, el primer acto. Hace años oí a Don Francisco Balibrea, sacerdote del Opus Dei, con quien me confesé muchas veces en San Juan del Hospital, empezar la meditación - una tarde de otoño - con el punto 736 de “Camino”: “¿Has visto en una tarde triste de otoño, caer las hojas muertas? Así caen cada día las almas en la eternidad: un día la hoja caída serás tú”. En este mes de noviembre está cayendo mucha gente. Son aldabonazos que será bueno aprovechar. Ayer por la noche me llamó Cristina, diciéndome que habían enterrado a su marido: José Gonzanlbo. El escultor a quien tanta belleza le debe Rubielos de Mora. Con esa capacidad que tenemos todos, de vivir el pasado en presente, lo veo joven y fuerte, disfrutar golpeando el hierro en la fragua. No ha mucho murió Berlanga, que para muchos siempre será el Berlanga de “Calabuch”. Y hace pocos días, con 90 años ha muerto Don Lorenzo Ferrer, Catedrático de Mecánica Racional, que explicaba Matemáticas como nadie, en la Facultad de Ciencias de Valencia durante los sesenta. Don Lorenzo – le llamábamos, sin apearle el “Don”, sabia y prudente costumbre aquella – llevaba unos trajes impecables y unas corbatas de seda natural perfectamente combinadas. Era el rey del aula, y lo sabía. Me parece estar viéndolo increpar a los chicos – nosotras nos sentábamos en la primera fila de la gran aula escalonada - “ ¡A ustedes me gustaría verlos estar con diecisiete años en la batalla del Ebro¡”. Hace bien poco, me lo he tropezado muchas veces jorobadito y con bastón, pero sonriente - entonces no lo era - cerca del Colegio Mayor Luis Vives, donde vivía. El mundo pasa, y nosotros con él. Hay que ser buenos.
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