Más sobre la conciencia
John Henry Newman escribía:
“Cuando los hombres invocan nos derechos de la conciencia no quieren decir para nada los derechos del Creador ni los deeberes dee la criatura para con Él. Lo que quieren decir es el derecho de pensar, hablar, escribir y actuar de acuerdo con su juicio su temple o su capricho, sin pensamiento alguno de Dios en absoluto. Ni siquiera intentan regirse por una regla moral, sino que exigen lo que consideran una prerrogativa del inglés: ser cada uno su propio señor en todo, profesar lo que le venga en gana sin pedirle permiso a nadie, y considerar que es un entrometido y que hay que fusilar a cualquier sacerdote, pastor, escritor u orador que se atreva a decir algo contra el camino que él – a su manera – ha elegido hacia la perdición, porque así le place. La conciencia tiene derechos porque tiene deberes”.
Todos conocemos a gente así. Personas en quienes la conciencia – el tenue hilo de la voz de Dios en nosotros – no se oye ya a fuerza de haber sido sordo a él durante años. Es entonces cuando el nombre de conciencia es esgrimido para hacer “lo que me rota”. Existe la obligación moral de formar la conciencia, de acuerdo con la Ley moral que el Creador no solo ha explicitó a Moisés sino que ha impreso en el corazón del hombre. El Papa es el garante de que esa ley moral no se ofusque en el hombre por su capricho. Como dice Newman: “la existencia de la misión del Papa es la respuesta a las quejas de quienes sienten la insuficiencia de la luz natural, y la insuficiencia de esa luz es la justificación de su misión.”
Algo de todo esto habrá que decir en prensa en tiempos en que cualquier político, que pasando del Supremo Legislador se cree con derecho a configurar las leyes a su capricho y consiguiente corrupción de las mismas.
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