Como el labrador
A Carmen yo le tengo cariño. Hace algún tiempo que no la veo y estas líneas se las mandaré impresas. Lástima que no maneje internet. Porque no se ha puesto a ello, que bastante capaz es de dominar cualquier cosa. Carmen, hija de Andrés Montolío – a quien siempre admiré – venía a casa a ayudarme en las tareas del hogar en el chalet de Rábielos cuando mis hijos eran niños y luego cuando ya iban a las verbenas de la plaza del pueblo y yo adoctrinaba a las niñas, a tiempo y a destiempo, como aconsejaba san Pablo no se si a Tito o a Timoteo. Adoctrinamiento que Dios bendijo. por que las dos solo han tenido un buen novio y se han casado con él. Carmen venía alguna mañana rubia y lozana, ella trabajaba por dos, yo por una y a las 12 rezábamos el “Angelus” de pie, frente a la talla románica de la Virgen que había en el abside de piedra gris que presidia el ámbito completo de la casa, construida a distintos niveles. También a Carmen – amparada en la diferencia de edad y de estado civil – trataba de adoctrinarla, cuado se terciase.
Andrés, padre de Carmen y tres hijos más era entonces agricultor mañoso y trabajador para el que tampoco había tarea – agrícola o no – que se le resistiese. Y digo estas cosas ahora, porque leyendo “Recuerdo de Álvaro del Portillo” me encontré unas líneas de San Josemaría que me recordaron a Andrés y con él, el mundo de Rábielos, como a Marcel Proust la magdalena mojada en té le trajo el mundo de Guermantes. A la salud pues de Andrés Montolío que de mozo lo reclutaron para luchar en Filipinas, van estas líneas en las que el Fundador del Opus Dei usó para hablar de la lucha por la santidad :
“Las tareas agrícolas requieren esfuerzo, tenacidad, paciencia…Hay que proteger las plantas de la helada o del excesivo sol, y luchar contra las plagas… Una vida de trabajo duro, de brega silenciosa, con frío y con calor, con lluvia o con sequía, antes de recolectar los frutos”.
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