19 marzo, 2010

Lo nuevo y lo viejo

Llevo tanto tiempo escribiendo aquí – cosa que me apasiona- que algunas veces cuento algo que ya conté. En algunos casos lo recuerdo, como cuando hablé recientemente de la conversión de Sir Alec Giuiness. Lo hice porque aquellos días, me llegó por e-mail. Sabía sin embargo que hace tiempo la había contado porque viene, junto con otros testimonios interesantes en “Escritores Conversos” de Joseph Pearce, que leí hace mucho. Como no quería ( eso me faltaba ) revisar ambas narraciones, resumí la que me llegó la lancé a la red y otra cosa.

Por otra parte, ¿quién no repite en la vida, sobre todo si una cosa nos ha hecho mella? ¿ no vemos una y otra vez la misma película? Siempre se ven cosas nuevas en cada nueva visión. Dicho esto, seguiré despreocupándome, como hasta hora, de si algo lo he contado o no. Material para contar no me falta, porque sigo echando “a mi caldera” más cosas estupendas de las que me resulta posible dar salida.

Me ha llegado vía e-mail ( hay mucha gente estupenda en la red) una presentación: “Científicos que confesaron su Fe”, al final de ella se cuenta algo que ya sabía. Es esto:

En un departamento de tren coinciden un señor mayor respetable y una mujer joven. El señor en un momento del viaje, saca tranquilamente su rosario y se pone a rezarlo para sí mismo. La joven que lo lleva un tiempo observando, le aborda: “¿Para que pierde usted el tiempo de esa manera? Más le valdría instruirse un poco. Si quiere, si me da su dirección yo puedo mandarle libros al respecto”. El señor, amablemente mete su mano en su cartera y extrae una tarjeta, en ella se lee: Louis Pasteur, Instituto de Ciencias de París.

Los grandes científicos, como los grandes hombres, son siempre humildes. Mi padre ( médico) decía que basta ver la maestría con que está hecho el dedo Pulgar, para creer en Dios