24 marzo, 2010

Deslumbramiento

Ayer decidí, después de muchas dudas – eso de que en el cielo no haya que decidir no es paja – operarme en el mes que viene de cataratas y claro pregunto a ésta y a la otra y a la de más allá – en la vida es importante tener muchos amigos, aunque ésta esté organizada para que no se tengan aunque solo sea por falta de tiempo – como les ha ido a quienes ya lo han hecho. Sobre esto, Carmen José me decía ayer: “ lo primero que notas es un gran exceso de luz. Hay que salir de la clínica con gafas de sol”. No se porque al mirarla, Carmen José ha sido muy guapa y a pesar de sus muchos años se le nota, se me ocurrió lo siguiente – y ya se sabe que yo mis “ocurrencias, si puedo les doy curso – “ si así son las cosas al eliminar una catarata ¿qué será de de ese “exceso de luz” que experimentaremos después de la muerte al ver a Dios cara a cara? Al contemplar al “ más hermoso de los Hijos de los Hombres”?

Pero, estamos ya a las puertas de la Semana Santa y al mirar a Cristo, con nuestros pobres ojos de la fe - que también tienen cataratas que se operan en el sacramento de la Penitencia - va a hacerse realidad la profecía de Isaías: “No hay en el parecer, no hay hermosura que atraiga las miradas, ni belleza que agrade. Despreciado, deshecho de los hombres, varón de dolores, conocedor de todos los quebrantos, ante quien se vuelve el rostro, menospreciado, estimado en nada” (Is LIII,2-3 )

Decía un hombre sin fe pero lúcido: “nuestra desgracia es que somos inmortales”. Sí, lo somos a pesar del silencio de nuestros muertos.

Quienes conocemos el poder de la oración, esa magnífica “comunión de los santos”, no podemos quedarnos tan tranquilos sin hacer nada por la fe de los demás. Cuando mi herma Carmen de tres años se cayó y yo de cinco me quedé tan fresca, ella me lo reprochó, parece que la estoy viendo: “Y tu tan “tanquila” y yo en el suelo.