Sin bolso
Anteayer fui a recoger a mi nieta Vega al Colegio. Le quite la mochila porque solo tiene cuatro años y llevaba en la mano derecha la mano de Vega y en la izquierda mi bolso, su mochila y una bolsa de plástico con un cuento para su hermano Juan que estaba malito. Cogimos el autobús. Me senté y la cogí “apa”. Bajamos en una parada antes de la prevista: me estaba poniendo nerviosa un señor que no le quitaba los ojos a Vega. Llegamos a su casa y al dejar sobre la mesa las cosas me doy cuenta que no llevo el bolso. Indescriptible la sensación de desamparo y de tristeza. “¿Pero como puede Dios hacerme esto a mí? ¡Ojalá hubiera perdido la mochila¡”. Mi yerno que me oyó dijo: “Rosa, ¡ la mochila hay que traerla¡”. Frase desafortunada, dado mi agobio. “¡Ya llegarás a mi edad¡” le dije de mal humor. Como es un buenazo, cambió de actitud.
En mi bolso está mi vida: las llaves de mi casa, en primer lugar y luego: gafas, móvil, tarjetas , agenda, dinero… Lo ofrecí a Dios ¡que remedio¡ no me iba a perder ese sofoco¡ Y andando pasillo arriba y abajo me puse a rezar fieramente a Isidoro Zorzano para que me trajera el bolso. Mientras, mi hija Fe llamaba a la EMT, dando el número de autobús y la dirección de éste por si podían hablar con el conductor. De momento tuvo una idea estupenda: llamar a mi móvil que estaba dentro del bolso. Lo cogío el conductor. Lo tenía, se lo había dado a una señora. Mi yerno habló con él. cogió la moto y acudió a la parada de control, que él le dijo. A la hora tenía mi bolso.
La deuda de gratitud, que a lo largo de mi vida que tengo yo con Isidoro es impagable. Evidentemente deuda también con la señora, el conductor del autobús, la EMT. Quien no sepa quien es Isidoro Zorzano puede buscarlo, en internet. ( www.Opus Dei.org)
Me acordé cuando en “Memorias de África”, el cocinero negro de Karen le dice: “Dios, juega con nosotros”. El que “Dios juega con nosotros” se lo había oído también hace años a un hombre de Dios.
Agradecí al Señor infinitamente no haber notado la desaparición del bolso hasta estar dentro de casa de mi hija y no sola por la calle con mi nieta de cuatro años. Pensé también en la muerte. Si la sensación de desamparo puede ser tan fuerte porque nos quedamos sin nuestras “seguridades” ¿ qué será cuando el alma salga del cuerpo que ha habitado desde siempre?. Quiero pensar que la Virgen estará allí, en ese arrancón, como está una madre al pié del autobús que trae a su niño del Colegio.
Por cierto: el domingo que viene es el tercer domingo de San José. Aún nos quedan cuatro para pedir a Dios una buena muerte.
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