03 febrero, 2010

Gorgorito

“Gorgorito era un pajarito / el más alegre y cantante del bosque feliz / todos le querían bien …” le cantaba mí madre de niña a su hermano Gregorio, que le seguía en edad y con el que se llevaba fatal. Él en justa correspondencia le llamaba Rosigón, en vez de Rosa. Mi tío Gregorio, de chaqué, alto y bien plantado ( “¡fíjate que hombros tiene Gregorio¡”, le decía la tía Josefina, su mujer, a mi madre a la vez que le acariciaba las solapas de la americana) es el que me llevó al altar el día que me casé. Hacíamos buena pareja, porque yo también soy alta. Bueno, pues el caso es que hoy, día de San Blas, sería su cumpleaños y me afloran con facilidad recuerdos simpáticos: mi madre yendo a la iglesia de San Valero a comprar tortitas benditas de San Blas ( a San Blas se le encomiendan, no se porque y me horroriza saberlo, las enfermedades de garganta) y mi madre, de nuevo diciendo tajante: “ ¿Lo dijo Blas? Punto a tras” . Frase que tenía la variante: “Lo dijo Blas, punto redondo.”

Ayer tomando café con mis dos hijos mayores, uno de ellos dijo, refiriéndose a no se quien: “Ése, es un tranquilo, como diría la abuela”. El otro al oírlo sonrío. Y yo al verlo, disfruté la escena, porque como seguro que le ocurrió a él vi perfectamente la cara de mi madre cuando adjudicaba a alguién ese adjetivo. Ahora la abuela soy yo…¡ Que vida ésta¡ Necesito poner al día, en la conversación, un poco de esa expresividad que hace a la gente sonreír. Para que se repita la escena, cuando yo haya pasado a mejor vida.

De mi amiga Mª Jesús, hacendada de “La Carolina”, decía su marido: “Mª Jesús, no necesita ir al cielo, porque mejor vida que la que se da es imposible. A mi amiga Mª Jesús estuve yo, en la terraza de mi casa, consolándola porque se había quedado embarazada de su, creo, que cuarto hijo, y no le hacía ninguna gracia. “Piensa en el color de sus ojos – le decía yo – o en que quizá se le formen hoyitos al sonreír. Échale imaginación”. Sin meterme en argumentos de más fuste.

Como ya oMi tío Gregorio y su mujer, que no tuvieron hijos, veraneaban en Cestona – mis padres y nosotras veraneábamos en Samper de Calanda – pueblo de secano - en casa de mis abuelos. De pensar en hacer viajes en verano, ni noción. Allí nos dirigían sus postales de vistas norteñas, diciéndonos lo mucho que nos recordaban, lo bonito que era aquello y la temperatura tan agradable que disfrutaban. Todo eso lo escribía Josefina, educada en Las Damas Negras, como años después mi amiga Mª Jesús. Gregorio escribía antes de su firma una sola línea que empezaba invariablemente: “s dice Josefina…”