06 febrero, 2010

Se siente vergüenza

A veces se siente vergüenza y, en mi caso, también un cierto temor al pensar en lo que supone no haber pasado hambre en la vida, no haber conocido la pobreza en la que tanta gente se ha criado. Con su testimonio, cuando logran darlo – inapreciable – consuela, sirve de confirmación de que Dios no olvida a nadie. Diré a cuento de por que hoy, la emprendo con esta idea. A Maribel, la había dejado la vida de Santa Brígida, y al acabarla de leer, quería que fuera a su casa a ve. r que podía dejarme ella, la verdad es que no tenía nada que me interesara. Al fin elegí una película: el Enrique V de Kenneth Branagh y un libro “El coronel no tiene quien le escriba”. Éste lo había leído de joven y me había gustado. ¡Que bien se lee la pobreza – del coronel, de su mujer o de cualquier otro – comodamente sentada en un buen sillón, en un cuarto espacioso y bonito. De ahí el miedo. ¿A qué?. Al juicio de Dios. ¿Piensan en él quienes, teniendo una vida más que desahogada, derrochan su dinero en varios viajes al año?

El juicio de Dios, después de la muerte, desde niña siempre ha estado presente en mi vida. Es una de las muchas cosas que he de agradecer. Supone una buena ayuda para vivir.

“Ante tu trono me presento” así empezaba una de las últimas obras de Juan Sebastián Bach, escrita ya casi ciego a fuerza de hacerlo a la luz de las velas. Él iniciaba éstas escribiendo en la parte superior del papel pautado tres iniciales: I.M.D ( in memoria Domine) Tristemente ( a eso hemos llegado, lo traduciré: en memoria del Señor. Me enteré de esto hace muchos años leyendo “La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”. Un libro muy hermoso, aún para los no aficionados a la música.

He empezado esta mañana a leer: “Antes, más y mejor” un libro de Lázaro Linares, ( nacido en Madrid en 1935. El mayor de seis hijos de un matrimonio pobre de seis hijos, que tuvo que soportar el hambre de la post- guerra) Su cuarto de hora de lectura ha desencadenado las líneas. Y quizá también me ayude a ordenar el cuarto de la plancha, que no hay quien entre. Así somos: grandes estímulos para menguadas respuestas. Pero… y cuando ni siquiera están éstos?