04 junio, 2009

Mansedumbre

Como de natural, soy de carácter bravío – aunque los años amansan, y yo ya tengo muchos – de vez en cuando me gusta darle alguna vuelta al tema de la mansedumbre, tan necesaria para este mundo y para el otro. Siempre que lo hago me vienen a la cabeza dos frases de Jesucristo:

“Bienaventurados los mansos, porque ellos heredaran la tierra”

“Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis reposo para vuestras almas”.

Esta vez, cogí un folleto de Mundo cristiano: “La mansedumbre” y al abrirlo en la primera página venía una cita de San Pablo y otra de Dante.
Las transcribo:

“Desaparezca de vosotros toda indignación e ira”
(Eph4,31)

“… El agua era oscura mucho más que azul, y en compañía de la corriente negruzca entramos por un camino distinto de los que habíamos recorrido…Y yo atento a todo, vi encenagadas en aquel pantano varias almas enteramente desnudas y con airados rostros. Dábanse golpes entre sí, no solo con las manos sino con la cabeza, con el pecho, con los pies; y se arrancaban la carne a pedazos, con los dientes. El buen Maestro dijo: Hijo ahí ves las almas de aquellos a los que venció la ira”
(Dante, La divina comedia. El infierno)