19 mayo, 2009

17 de mayo de 1992

El 17 de mayo de este año, he recordado el 17 de mayo del 92. Ese día en Roma, Juan Pablo II beatificó a Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer. Yo, era una más del mar de cabecitas, que hacían de la plaza de San Pedro un tapiz compacto, venidas de todas las partes del mundo. Grupos de negras africanas, vestidas con alegres turbantes y túnicas regocijaban el ánimo, destacando la universalidad de la iglesia. La gente llegó como pudo, en tren en autobús en barco, en avión… En mi caso un avión salió de Valencia hacia Roma a las cinco de la mañana y nos devolvió a las 12 de la noche. Fue: “el día más largo”. Eso me costó aparte del reventamiento, y el consiguiente lumbágo, que arrastré por Roma,50.000 pesetas. Valió la pena. Todos habíamos hecho un esfuerzo mas o menos grande. Mi amiga Patro,ya en el cielo,con quince años más que yo, sonreía feliz en la Plaza de San Pedro, con su brazo enyesado.

Recuerdo los tres tapices de los tres futuros beatos en la fachada de la basílica, en la que el del Fundador del Opus Dei ocupaba el centro. Me encaré con él y le dije: “¡Tu ya sabes porque he venido a Roma¡” Lo decía un tanto rabiosa. Había ido a pedir, venciendo bastantes obstáculos, algo que me importaba mucho y en el que también él, de alguna forma, estaba implicado. Se lo dije, malhumorada, varias veces y no solo lo oyó entonces sino que desde luego no lo ha olvidado, porque a lo largo de todos estos años le he pedido lo mismo muchas veces.

Ha pasado el tiempo. Lo que entonces pedí, me sigue importando, pero he aprendido mucho. Aquella, no fue una oración humilde, presupuesto necesario de toda oración. A Dios no se le exige, se le ruega. Pero he aprendido más: a perseverar en la petición y a conformarme de buena gana si los planes de Dios no son los míos. Y la perseverancia es otro de los presupuestos necesarios para ser escuchados. Quizá sea esa perseverancia la que me ha dado el convencimiento de que “ mi asunto” está en las manos de Dios, No podría estar en mejores manos.