22 mayo, 2009

Iván Turguéniev

Acabo de terminar “Padres e hijos” de Iván Turguéniev. Vale la pena leerla. Consuela. A veces los padres podemos sentirnos “arrugados” por el trato tosco, y un tanto despreciativo que nos dispensan los hijos adolescentes o no - ahora la adolescencia no acaba – y al leerla se ve que eso ha pasado siempre. No es privativo del siglo XXI, en el XIX también se daba el desprecio por la generación anterior, el tener a raya su posible afectividad, el ser anárquico y nihilista, irrespetuoso, imposible. Así es Besárov. Lo que si es distinto es que los ancianos padres de Besárov, buenos creyentes, no solo siguen viviendo juntos, sino que se adoran. El padre que ha admirado - una se pregunta por qué – además de querido mucho a su hijo, cuando éste después de luchar contra el tifus, acaba de morir, dice:

“ - ¡Dije que me sublevaría¡ - gritó con voz ronca y el rostro encendido y desencajado, agitando el puño en el aire, como si amenazase a alguien- ¡y me sublevo¡.
Pero Arina Vlásievna, toda bañada en llanto, le echó los brazos al cuello y ambos cayeron de hinojos.
“Sí – contaba después a la gente Anfiuska-, los dos juntos inclinaron sus cabecitas como ovejuelas en tórrido mediodía…”

Y Turguénie, después de una pequeña pausa termina así el capítulo:

“Mas el tórrido mediodía pasa y llega la tarde y luego, la noche, y con ella la vuelta al silencioso refugio, donde duermen dulcemente los atormentados y los transidos”

Me ha gustado, en este matrimonio de ancianos rusos, la sencilla manera en que la mujer conduce suavemente a su marido a que acepte la voluntad de Dios.