01 junio, 2009

Justina

Se llamaba Justina, pero mi madre se empeñó en llamarla Faustina. La pobre Justina, lo llevaba con paciencia. A mi siempre me parecíó un exceso de dominio por parte de mi progenitora. Venía a nuestra casa a limpiar por horas y cuando me casé yo, venía a mi casa a hacer la fregada…Vergüenza me da decirlo, para cuatro cacharros y una casa como la de un caracol… pero entonces los tiempos eran esos.

Justina era pequeñita, gorda, soltera, con unos ojillos grises e inexpresivos y un tanto ácida. “Faustina, ¿qué le debo?” le decía mi madre, cuando ésta había acabado la faena. Ella miraba seriamente el reloj: “Tres horas y cuarto, a siete pesetas hora…” Mi madre pagaba religiosamente pero cuando ya se había ido comentaba: “ Pasan diez minutos de la hora y siempre te cobra el cuarto”. De esa facilidad que tenía mi madre para cambiar los nombres de la gente, recuerdo que una vez yendo conmigo al convento de los Capuchinos a “encargar” una misa por sus difuntos, se encaró con el fraile y le expetó: “¿Es usted fray Tranquilino”. A lo que el fraile contestó malhumorado: “Fray Pacífico, señora, fray Pacífico”. A costa de Fray Pacífico tuvimos juerga en casa en más de una ocasión. Nos reíamos de cualquier cosa.

Y si salgo con estas cosas, es porque hoy es San Justino. Intelectual, filósofo del siglo II y mártir y yo me he acordado de “Faustina” a la que en modo alguno podían aplicarse esas palabras de Calderón de la Barca, no se si de “El mágico prodigioso o de donde: “ Hermosísima Justina / en quien hoy ostenta ufana/ la naturaleza humana tantas señas de divina”