01 mayo, 2009

Tertulia Literaria

Cuando mis hijos eran pequeños en mi casa había una vez al mes una “Tertulia Literaria”. Lo pasábamos bien. Todas éramos madres jóvenes y llevar un libro entre manos, que luego había que comentar, ayudaba a llevar la rutina diaria. Muchas no ejercíamos nuestras carreras. Nos casamos pensando que lo importante era que “él” se luciera profesionalmente y que nuestros hijos tuvieran mucha madre, para que crecieran fuertes de alma y cuerpo. “Ellos” traían a casa el pan de la familia, como estaba mandado, y todos tan contentos. La tertulia pues era una pequeña válvula de escape y jugando, jugando, aprendíamos lo nuestro: once buenos libros leídos al año. Porque “ se picaba alto”. En mi casa, no se leía cualquier cosa. De paso, nos abríamos a puntos de vista distintos de los propios y tratábamos de escucharnos unas a otras, aunque realmente, la lucha por el uso de la palabra era viva. Según el éxito conseguido en ella, acabábamos contentas o mustias. En este segundo caso una podía pensar que era una vanidosa, por arrugarse por semejante estupidez. Es decir, la tertulia – literaria o no – nos formaba.

Cuento esto, porque la tertulia literaria de entonces es la prehistoria de “El rastro” de hoy. Aquí parece que solo hablo yo, pero solo lo parece. Nadie habla si no se siente escuchado. Nadie escribe sin pensar en los otros. Recuerdo una ficha de Séneca, de aquellos tiempos que tiene relación con esto que digo: “Doy gracias a mi vejez por haberme clavado en mi lecho. ¿Por qué no dárselas por este favor? Todo aquello que debiera no querer ya no puedo hacerlo; mis conversaciones más frecuentes son con mis libros”. A veces, quienes me leen escriben un comentario, un comentario bonito y animador. Yo lo agradezco. Es, como mi escritura, una prueba de cariño para un amigo invisible

Acabé anoche “La polilla y la herrumbre”. Una bonita novela. A su autora la elogian Orwell, Mark Twain, Henry James, Virginia Wolf..Acabo de empezar “Padres e hijos” de Turguéniev. Con catorce páginas leídas, ya estoy metida en harina. Los grandes novelistas rusos, no defraudan. Mi ejemplar es antiguo de Alianza editorial, pero la ha editado bellamente Rialp. En la feria del Libro me compré “Lo eterno sin disimulo” de C. S. Lewis, también de Riap.