13 febrero, 2009

Pipas

Últimamente, de vez en cuando me compro un paquete XXL de pipas “el manisero” y me dispongo a dar cuenta de ellas, mientras veo una de esas películas piratas que todos tenemos. Es una velada estupenda y una lástima cuando la última pipa desaparece. Son treinta céntimos bien empleados.

El recelo a que la “fartá de pipas”, me sentara como un tiro, desapareció al recordar a mi abuela Rosa en la tertulia de las noches de verano, en la plaza de Santo Domingo de Samper comiendo pipas vorazmente, como mi hermana y yo. No las conocía, o quizá sí pero desde luego ese verano las disfrutó. Los adultos hablaban pausadamente de sus cosas y ella, en esa edad en que los ancianos tienen presencia pero no voz, se unió a las nietas. Nuestro crac, crac, no impedía oír a los mayores y aprender de ellos (mi generación aprendió mucho escuchando a los mayores, al menos yo aprendí) . Así pues si a mi abuela cuando lo era, le sentaban bien las pipas, ahora que lo soy yo no tienen por qué sentarme mal a mí.

Por otro lado entre Samper y las películas pirateadas, me contó Mª Teresa, que ella, después de un día de mucho trabajo intenso, por la noche se sienta en la cama, coge un libro y se pone a comer pipas. Claro que ella a cambio de las muchas pipas no cena. No es mi caso. Mª Teresa es Procurador de los Tribunales y no solo no se jubila, sino que se ve hasta los noventa y cinco trabajando por no irse con su marido, al campo. “ Allí me entierran en dos días”, dice. Yo no sabía en que consistía eso de ser Procurador de los Tribunales, pero ayer la oí perpleja: “Si a mi cliente no le pagan y hay bienes, yo le embargo el piso o el coche…” y lo decía tan tranquila. En fin..
que cada uno es como Dios lo hizo…