31 de enero de 2009
Han pasado ocho años desde que escribí “Mi prima Pilar”. Y continúo con el relato.
Ahora ella tiene un niño de cinco años. Vive sola con él. Ella dice que su matrimonio se acabó, que no hay nada que hacer. Y yo me preguntó ¿Cómo que no hay nada que hacer, cuando un niño llevara para siempre mezclados de manera indisoluble los rasgos de sus padres? ¿Es sensato traer a un hijo al mundo y luego olvidarse de la responsabilidad de haber formado una familia aunque ahora tal cosa se vea como normal? En esta sociedad de la caducidad, de usar y tirar, se ha perdido el más elemental sentido común, el de confundir las personas con las cosas.
¿No vale la pena luchar por ese niño y por los demás niños que podrían venir si sus padres, con humildad y se dejaran ayudar? No es está generación quien ha inventado la familia. Ha existido siempre, con tensiones, apuros, problemas y alegrías. Y también con su orgullo familiar, el de conocer la historia de padres y abuelos de las dos ramas, la historia de la que venimos. Nuestra prehistoria.
Cuando la veo todavía atractiva, delgada, inteligente, con su sueldo como profesora de “Formación Profesional” – mi prima Pilar es farmacéutica – teniendo un hijo y viviendo sin su marido, como tantas más, veo hasta que punto ha sido un fracaso la educación que a esta generación se le ha dado.
De momento ni él ni ella tienen ningún lío con nadie, lo cual dado que los dos son jóvenes y atractivos es ya un milagro. La abuela reza, para que no se meta por medio ningún zángano, ni ninguna zángana. Creo que gracias a ella las cosas, no están peor. ,
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