20 abril, 2008

Marta

Cuando en 1959 acudí un sábado a Guadalaviar a una meditación para universitarias, no cabía imaginar que en el 2008 otro sábado, estaría en ese mismo oratorio viendo desde un sitio privilegiado la primera comunión de mi nieta Marta,

Marta estaba radiante como un ángel. Era con mucho, la más bonita de todas. La más frágil, la más graciosa. El traje idéntico al de sus compañeras de organdí blanco, con capota y vaporoso velo de tul, era el traje de la inocencia misma. Haber podido grabar esa imagen suya – estaba estratégicamente colocada para verla durante toda la ceremonia – con las manos juntas, los ojos bajos y la cabecita inclinada con un recogimiento que trascendía es algo que agradezco mucho al Señor. A la salida vinieron las cosas de manera, que después de sus padres, yo fui la primera que la besé. Su otro abuelo salía llorando. Mis dos hijas, su madre y su tía lloraron también. Recordaron sus primeras comuniones, en el mismo lugar y con idéntico traje.

Era el 19 de abril. Aniversario de la elección de Benedicto XVI. Ese hecho, les dijo el sacerdote en su homilía, debía hacer que cada una de ellas se sintiera siempre muy unida al Papa. También les dijo que ese día empezaba una historia de amor. Que el Señor, aunque no lo sintieran haría maravillas en sus almas.

En su catequesis por América, un año antes de morir, San Josemaría Escrivá dijo al numeroso auditorio que le escuchaba: “ ¿Sabéis por qué os quiero tanto?. Porque oigo bullir en vuestras venas la Sangre de Cristo”
Marta estaba sentada en el extremo del banco, era de todas las niñas la que estaba más cerca del cuadro de San josemaría que yo tenía justo detrás. A él se la encomendé.