Donaire
Hace tiempo, mucho antes del “super guay” y del “mola mucho” no era pequeño atractivo en la mujer, tener donaire. Ingenio, chispa. Mi abuela Pilar lo tenía. “Tienes tan cerca los dientes, que no te acuerdas de tus parientes” decía cuando uno de sus hijos se pasaba al servirse su ración de la fuente. Mi abuela Pilar, decía a veces: “Yo que he tenido tantos hijos como las arenas del mar…” y es esa la frase un tanto exagerada, porque tener tuvo doce, con la que recuerdo a aquella mujer abnegada y charlatana cuyo discurso siempre estaba condimentado con gracejo o con expresividad. Mi madre también era una mujer que sabía hablar con salero. Decires, refranes o ripios – que tanto descansan – estaban puestos en su sitio con oportunidad y sin agobiar.
Y todo esto viene a cuento de que ayer, en la última tertulia con mis amigas, al inclinarme ante Pier al abrirle la puerta, y corresponder ella con la misma inclinación Teresa que también venía detrás dijo: “A ver si os vais a dar un golpe. Como decía mi madre: “Aquí yace un cortesano / que después de un besamanos / se quebró la cintura / de tanto besar la mano”.Sonreímos. ¿Hay mejor modo de que siete mujeres empiecen a luchar por la palabra?
De mi abuela Rosa, que conquistó a mi abuelo en una tarde, se casó con él en tres meses y vivieron felices hasta la ancianidad, recuerdo una frase de raíz bíblica. Ella decía: “Cuando veas a un tonto, echa a correr y no pares”.
Esta mañana leyendo el Eclesiastés, encuentro: “Conversar con el necio es conversar con un dormido; al acabar dirá :”¿Qué estás diciendo?”
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