23 enero, 2008

Jeremías

Hace meses me encontré con Estrella una baturra de pro que goza de todas mis simpatías. Me dijo, cuando nos paramos una frente a la otra: “He empezado a leer la Biblia entera a base de veinte minutos cada noche. Ya voy por Jeremías”. La miré con admiración. Mi hija Fe se la leyó completa cuando estaba en los primeros cursos de la carrera y es la única de casa que lo ha hecho. Y la verdad es que para leerse el Levítico y el Deuteronomio ( en los que en un tiempo hice escarceos, hace falta valor). Desde que se lo oí a Estrella me dije que tenía que cursar esa asignatura pendiente. Es claro que de la Biblia se muchas cosas, incluso me de memoria muchos salmos pero no he leído de principio a fin en mayor best-seller de todos los tiempos. “Empieza leyendo los Libros Sapienciales” - me dijo Teresa cuando se lo comenté- “te resultará más fácil”. Pero yo he empezado por el Libro de Daniel.

Del profeta Daniel se ya muchas cosas, por las lecturas de la misa y porque durante años he rezado después de comulgar el “Himno de los tres Jóvenes”, pero seguro que hay cosas que no se y si he empezado por ahí es porque niño de mi catequesis, cosas de su santo. Daniel es un niño algo triste. Contrasta con los demás. El primer día me dijo, con una expresión escéptica que me conmovió, que él tenía dos papas porque su madre se había vuelto a casar.. Un niño tiene derecho a que su padre y su madre una madre defiendan el cariño que se tuvieron y que lo trajo al mundo, y luchen por él, al margen de modas, de mentiras, de costumbres hedonistas que a la postre solo traen tristeza y no solo para los niños.