Los diez mandamientos
Hoy en la catequesis tocaban los diez mandamientos. Los repiten a coro con gusto y les seda. Conseguir que cuando hablo mantengan la atención, ya es harina de otro costal. Después de memorizados, había que explicarlos uno a uno. David no estaba dispuesto a amar a Dios sobre todas las cosas, él mas que a nadie quería a su mamá. ¿Cómo explicar que hay un amor afectivo y un amor racional a un niño de nueve años? Dar catequesis hace humilde, coloca a cada uno en su sitio.
Unos días antes había estado ojeando un buen libro: “En torno al hombre” de José Ramón Ayllon y me tropiezo con un párrafo que corrobora eso que siempre he sabido: que los diez mandamientos son, además de revelados, de ley natural. Impresos en el corazón de un hombre que no está corrompido. Dice así:
“Las almas de los egipcios muertos se justificaban ante Osiris con esta confesión: “Traigo en mi corazón la verdad y la justicia, pues he arrancado de él todo mal. No he hecho sufrir a los hombres. No he tratado con los malos. No he cometido crímenes. No he hecho trabajar en mi provecho con abuso. No he maltratado a mis servidores, No he blasfemado de los dioses. No he privado al necesitado de lo necesario para la subsistencia. No he hecho llorar. No he matado ni mandado matar. No he tratado de aumentar mis propiedades por medios ilícitos, ni de apropiarme de los campos de otro. No he manipulado las pesas de la balanza. No he mentido. No he difamado. No he cometido jamás adulterio. He sido siempre casto en la soledad. No he cometido con otros hombres pecados contra naturaleza. No he faltado jamás al respeto debido a los dioses” (Libro de los Muertos, cap 125)
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