22 enero, 2008

Ha llegado Pablo

Ayer 21 de enero, festividad de Santa Inés y víspera de San Vicente Mártir, el baturro de Huesca, Diácono del Obispo Valero, que fue martirizado en Valencia por orden de Diocleciano ( desde niña supe que Diocleciano fue el “instrumento” para llenar Hispania de mártires, incluso me sabía a que lugar de ella pertenecía cada un: “Justa y Rufina en Alcalá de Henares” y tras una larga lista se llegaba a: “los innumerables mártires de Zaragoza”),
nació mi séptimo nieto: Pablo.

¿Qué será de este niño? ¿Hasta cuando me dejará el Señor compartir su vida?. Pesó 2,650, porque nació a las 36 semanas y media, no como sus hermanas que aguantaron el tiempo necesario. Caigo en la cuenta de que el número de semanas de una gestación son 40. Número perfecto y de una enorme trascendencia bíblica: 40 años de Éxodo del pueblo judío, desierto, los años de Moisés cuando recibió las Tablas de la Ley, 40 días de ayuno del Señor en el desierto… Como decía Rabindranath Tagore: “Cada niño que nace significa que Dios aún espera del hombre”.

Ayer fue un día intenso: mientras estaba haciéndome las pruebas pre- operatorias, para una operación que no se si me haré, porque después de todo el cuerpo es mío, mi hija Marta estaba en la sala de dilatación. Una vez más para comprobar como la oración nos da una serenidad y una fuerza inusitadas. Es el móvil siempre con batería y cobertura, en el que al otro lado de Él Dios nos escucha.

En la sala de espera de la clínica me abordó Cristina, una mujer de “cuarenta años” – me lo dijo, con la naturalidad que yo le dije los míos –
que llevaba diecinueve intervenciones quirúrgicas… a raíz de la caída en un parque de atracciones de París…Simpatizamos y hablamos de Dios en el poco tiempo que estuvimos juntas. Me hubiera gustado decirle muchas cosas, entre otras: que se llama Cristina…