12 enero, 2008

Vida

He tenido la oportunidad de ver la ecografía de una embarazada en la semana diez. Escalofría. En un pequeño receptáculo, como la cuna de Pulgarcito, se pueden ver la cabecita, el cuerpo, los bracitos y las piernas de ese ser pequeñito que crece a expensas y al abrigo de su madre y que siendo tan menudo, la cansa ya físicamente, a la vez que la pone guapa y da brillo a sus ojos, porque la maternidad embellece. Quizá, si esa oportunidad la tuvieran aquellas pobres mujeres que se ven abocadas a abortar, por la dureza y el lucro de los corazones de quienes podrían ayudarlas, no lo harían. ¿Se puede hacer algo más importante en la vida que transmitir ésta y ayudar a su desarrollo? Tienen razón quienes dicen que el aborto es la mayor lacra de nuestra sociedad. La “paz intrauterina”, tiene una relación profunda con la paz del mundo, ya que no puede haber paz en él sin la paz en las conciencias y cuando una mujer aborta, ni lo hace libremente – la libertad se gana con esfuerzo y a veces con mucho esfuerzo – ni se queda tan tranquila después de haberlo hecho. Es deber de todos propiciar en los jóvenes en el respeto a la vida, a la suya, y a la que por su medio viene, porque si la vida del hombre no tiene valor, nada tiene valor. El que en un telediario del 28 de diciembre, día de los Inocentes, se dijera que las clínicas abortistas, por deferencia a que sus clientes no fueran abucheadas “no prestaban servicio” es un hecho tan triste, que faltan palabras para calificarlo.