05 enero, 2008

Noche de Reyes

Llevada por la magia de la noche de Reyes, el 5 de enero del 2007, llamé por teléfono a Teresa, a la que no veía hace años, pero guardábamos un buen recuerdo una de otra. A lo largo de este año nos hemos visto algunas veces. La última fue una tertulia entrañable en la que me habló de su abuela Teresa, que dormía con redecilla para no despeinarse, vivió hasta los noventa años y jamás bajó a desayunar sin estar completamente arreglada. Viuda a los 43, desechó varias oportunidades de dejar de serlo. Encaró dignamente la soledad, siguiendo el lema “el que quiera verme, que venga a casa”. “El abuelo – me dijo - debía tener sus líos, pero nunca la dejó, entonces la familia se protegía, se tapaban esas cosas y entre todos hacían entrar en razón al que se desviaba. Mi abuelo murió en su casa y en su cama”. Me gustaba oírla porque Teresa sabe contar, porque sabe escuchar. Me habló también de su madre María y su devoción a la Virgen de la Medalla Milagrosa, patrona de Mogente, cuya imagen metida en una capillita de madera, con su cristal y sus puertas, visitaba su casa cuando le llegaba el turno y luego había que llevarla a la casa que tocaba, como pasaba, y quizá siga pasando, en muchos pueblos de España.


Me gustó este dato y lo asocié a otro que Teresa me dió cuando era moza: que ella, de niña, en Mogente le ofrecía a la Virgen los primeros nísperos, casi verdes. Cuando me lo contaba, Teresa, tocada de marxismo, había dejado la práctica religiosa. Ése dato lo archivé con esperanza, seguro que la Virgen no había olvidado, los nísperos. Ahora, el saber que la imagen de la Milagrosa visitaba su hogar, veo todavía con más claridad, que Teresa, madre de dos jóvenes, volverá a su fe de niña. Le hace falta: sus hijos necesitan que su madre rece por ellos.