04 diciembre, 2007

De estos días

En un compartimento de tren de asientos encarados de los de otro tiempo, en los que los viajeros, pasados esos minutos de observación mutua, se refugiaban tras el libro o el periódico o trataban de tantear una conversación que de ser grata hiciese el viaje más llevadero, un señor de edad respetable sacó un rosario y se dispuso a pasar sus cuentas en silencio.
Frente a él, una universitaria pedante con el arrojo propio de la edad le abordó con palabras parecidas a éstas: “¿ Pero cómo es capaz de creer en cosas tan antiguas como esas?, Hombre tire usted el rosario por la ventanilla y dedíquese a leer libros de ciencia”. El caballero, pausadamente
contestó que sí creía en cosas como esas. Ella insitió: “Mire, si me da usted su dirección, le puedo mandar una lista de libros interesantes, que le vendrá bien leer”. Sacó el hombre una tarjeta de visita de su bolsillo y ella leyó:
“Louis Pasteur – Instituto de Investigaciones Científicas – París”. Sin comentarios.

En nuestros días, en la Coruña había un joven de 23 años, sonrisa contínua y que tenía una novia encantadora y una moto. Después ya no tenía la moto, seguía teniendo la novia y él iba en una silla de ruedas. Un día su novia le dijo: “Mira, tenemos que hablar. Mis padres no dejan de decirme que tengo que dejarte. Si lo hiciera, tu y tus padres lo entenderían. Mis amigos también me machacan con lo mismo. Estoy harta de tanta presión así es que hoy no me marcho de aquí hasta que no fijemos para ya, la fecha de la boda.” Se casaron. Una bonita historia ¿no? Por la pareja sabemos que habían vivido limpiamente su tiempo de noviazgo. Creo que no hacía falta saberlo, era de cajón.