Asombro y Agradecimiento
El sol nos calienta a cada uno como si no hubiera nadie más, aunque seamos millones. Cada uno tiene el sol para él solo. ¿No es esto un buen ejemplo para entender esa gozosa realidad de que Dios, con su inmensidad, está plenamente con cada uno de nosotros cuando comulgamos, aunque se repartan miles de comuniones? ¿O cuando imploramos su ayuda de mil maneras?
¿Nos hemos parado a pensar y a agradecer el capital que Dios (¿quién si no ha podido diseñar al hombre?) ha invertido en cada uno de nosotros, simplemente dándonos un cuerpo y una mente tan perfectos?. Bastaría pagar la factura de un dentista para darnos cuenta del dineral que vale una dentadura sana. Por poner un ejemplo: una prótesis de rodilla puede costar como mínimo, medio millón de pesetas.
Cuantos de nosotros podemos aplicarnos las palabras que el Señor
dijo a los Israelitas al hablarles de la Tierra Prometida: “habitaréis casas que no habéis construido y beberéis vino de viñas que no habéis plantado”
Cuando voy a cuidar a mi nieta de casi dos años, algún rato dibujo para entretenerla. Le hago patitos, como mi madre me los hacía a mí. A penas dibujo un pato, me dice sonriente: “otra vez” y así puedo pasarme una hora dibujando pato, tras pato. He podido comprobar por mi misma, la verdad de lo que decía Chestreto en Ortodoxia: los niños no dejan de asombrarse de las cosas por su gran vitalidad. Nosotros nos cansamos, ¿Quién sabe si cuando salió el sol por primera vez Dios le gustó y dijo: “que lo haga otra vez” y no se ha cansado de repetírselo cada mañana desde entonces.
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