Solo mis abuelos, comiendo ciruelos
En el pueblo, a veces cantábamos de niñas a voz en grito: “A tapar la calle, que no pase nadie / solo mis abuelos, comiendo ciruelos…”. Y hoy, Día de Todos los Santos, esa cancioncilla me ha venido a la cabeza con razón, porque mis abuelos, probablemente gracias a los suyos, formaran parte de esa multitud que nadie podía contar, de la que nos habla San Juan. Dicho de otra manera: nuestros abuelos, nuestros padres, muchos de nuestros amigos, han sido en la vida amigos de Dios, y ahora están con Él en el cielo. Y ni ellos nos olvidan, ni nosotros los olvidamos.
Sabía que tendría un día bonito y así ha sido: “Levante” me ha publicado “La ciudanía”, de modo impecable: respetándome la letra cursiva. He comido con Quino y Juan. He comprado pasteles de chocolate para celebrar la solemnidad y no valían nada. Lo que me ha servido para desmitificarlos y no lamentar que no compro nunca. He oído la misa de 7 en San Juan del Hospital y he tenido la suerte de que, por ser jueves, antes de la misa estaba el Santísimo expuesto. Ha venido Pier y me ha dicho: como está el cura simpático, me voy a confesar. Que se confiese una amiga siempre es una alegría. Ha salido contenta. Riéndose. El sacerdote en vista de que se extendía le ha dicho: “Bueno joven, que hay gente esperando”. La joven en cuestión está cerca de los setenta.
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