Camposanto
Esta mañana he ido al cementerio con Asun. No había ido desde el año 90 que murió mi madre. Pensaba seguir sin ir y ella me ha convencido de la importancia de rezar ante las tumbas de los nuestros. Hemos visitado la tumba de sus padres y la de los míos (fidelidad matrimonial), la de mi hermana Carmen, que murió con treinta y cuatro años, en el parto de su cuarto hijo y la de Charles su marido, que sin ser católico rezaba cada noche a la Virgencita. El día era soleado y el cementerio estaba precioso de flores frescas puestas sobre las tumbas el día de Todos Santos. Hemos andado mucho y hemos rezado mucho también. Una experiencia jugosa y repetible. No vale la pena “ponerse moños”. La muerte nos iguala a todos. No entiendo la incineración. No es de nuestra cultura. Y mucho menos que las cenizas se desparramen por ahí a la buena de Dios.
Por la tarde Asun, Pepa, Esther, Mary Luz, Mary Carmen, Maribel y yo hemos visto en casa “Un hombre para la eternidad” de Zinneman. Magnífica película sobre la vida de Santo Tomás Moro. Antes de empezar, he pedido silencio porque el diálogo es espléndido. No se ha oído una mosca. Al acabar, todas estábamos emocionadas. Lo habíamos pasado bien y éramos, al menos con el deseo, un poco mejores.
Hoy 3 de noviembre era el 2º aniversario de la mudarte de mi amiga Josefina. No falla: he tenido un buen día, como esperaba.
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