13 noviembre, 2007

Nuestros mayores

Sin decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, que todo tiempo tiene sus más y sus menos, hay en nuestra sociedad tal vez un poco roma ( en la medida en que se prescinde de la trascendencia las cosas dejan de tener relieve) ciertos trazos de insensatez. Uno de ello sería la manera de tratar a los ancianos. Son “nuestros mayores”, se dice con sonrisa condescendiente y aire de perdona vidas ( y ojalá sea así, que nunca se sabe cuando no se tiene claro el quinto mandamiento de la ley de Dios). Pero no es eso. No se trata de hacinarlos en residencias e irlos a ver cuando la conciencia chilla demasiado ( felizmente la conciencia, voz de Dios en el hombre, habla bajito, pero habla) Se trata de valorar al anciano, porque sabe ( más sabe el diablo por viejo que por diablo), porque ha sufrido, porque ha vivido mucho y por ello ha tenido que ejercitar largamente la paciencia y el perdón. Por sus años, tienen el doctorado de la vida, de más valor que el obtenido por cualquier universidad, cuando ésta ha sabido aprovecharse.El anciano que esté calladito, ¿para que va a hablar si no sabe informática? Que aprenda, le daremos clase, con tal que no moleste, algo tiene que hacer el pobre. Y se pierde la posibilidad de, escuchándolos saber historia, la familiar y la otra, no como la cuentan los libros y la tele sino como uno la vivió. Y se pierde la posibilidad de escuchar relatos de hombres ejemplares, hombres que no se dejaron comprar, de maridos fieles a lo largo y a lo ancho de una existencia dilatada. Se pierden muchas cosas, desde el orgullo y la autosuficiencia. Es posible que les escuchen los niños, si les dejan a su lado. Los niños siempre han sido mucho más inteligentes que los adultos.