Cernícalo
Mi padre, buenísima persona, impulsivo por apasionado y más con aquellos a quienes quería y de los que esperaba lo mejor, cuando yo no entendía alguna cosa de matemáticas para la que solicitaba su explicación, sí no lo entendía a la primera a veces me decía malhumoradamente: “¡cernícalo¡”. Y yo entendía que me llamaba adoquín o cosa parecida sin que por ello mi autoestima padeciese lo más mínimo. Otras veces me llama avestruz. Mi padre siempre me quiso mucho, sabía exigir y siempre lo admiré.
Aunque sabía que el cernícalo era un pájaro, ahí acababa mi sabiduría sobre él. Pues bien, leyendo “La introducción a la vida devota” de San Francisco de Sales, cuya lectura está plagada de datos amenos y pintorescos de todo tipo, abundando los relacionados con la botánica y la zoología me encontré lo siguiente:
“Para recibir la gracia de Dios en nuestros corazones, menester es tenerlos vacíos de nuestra propia gloria. El cernícalo, gritando y mirando los pájaros de rapiña, los espanta por una virtud y propiedad secreta; causa por las que las palomas le aman más que a todos los otros pájaros, viendo viven seguras en su compañía. Así la humildad rechaza a Satanás, y conserva en nosotros las gracias y los dones del Espíritu Santo.”
Yo creo que mi padre no había leído a San Francisco de Sales.
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