Unamuno
Tiempo hubo en que para mí Unamuno, era algo grande. Incluso rezaba por él, porque había pasado muy buenos ratos leyendolo. Don Miguel era brillante, valiente y sincero y había luchado mucho, por conservar y combatir la fe de su madre y de su Concha. Aún con su egolatría, dejaba ver esa gran sed de Dios, de infinito y de inmortalidad que le devoraba. “Esta jaula séme estrecha”decía no se donde, y yo estaba de acuerdo con él. Como estaba de acuerdo con Saint- Exupery cuando le escribía a un general: “Mire, no se puede vivir solo de refrigeradores, de política, de balances y de crucigramas”. No, no se puede.
Siempre ví en Unamuno, a un apóstol, pesar de su heterodoxia,.
Disfruté su “Vida de don Quijote y Sancho”, de la que Unamuno
decía que así como Cervantes había nacido para escribir el Quijote, él había nacido para comentarlo. Disfruté “Contra esto y aquello”, “Soledad”, “Por tierras de Portugal y España” y hasta esos poemas suyos que traía el tomo de “Las mil mejores poesías de la lengua castellana” que heredé de la biblioteca de mi padre. Más tarde, su “Diario íntimo”.
Y es esté ultimo libro suyo, el que me ha hecho escribir sobre él. Mi ejemplar se lo regalé a Eva, una tailandesa casada con un alicantino, con el quijotesco deseo de que entendiera mejor lo español, y el otro día curioseando la biblioteca de una amiga, tropecé con otro
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