La octava del Corpus
Ayer tuve la suerte de poder ir un año más a la celebración de la octava del Corpus en el Colegio del Corpus Christi, conocido en Valencia como “el Patriarca”, porque lo fundó San Juan de Ribera cuando era no se si gobernador de Valencia virrey. Lo fundó para que sus sacerdotes dieran a la Eucaristía un culto espléndido y lo hacen. Ya la visita a la Iglesia es una gozada: la profusión de luz hace que sus muros, capillas y cúpula totalmente decorados con pinturas que representan escenas del Antiguo y Nuevo Testamento, nos envuelvan y transporten a un mundo que nada tiene que ver con el que hemos dejado fuera. A ello hay que añadir además de la música: órgano y polifonía, el latín en que se canta, las nubes de incienso las casullas y dalmáticas bordadas en oro, los movimientos pausados y solemnes de los oficiantes.. La liturgia bien vivida es algo magnífico. Es toda la tarde dedicada a cantar y agasajar, como Dios manda, ese Cuerpo de Cristo, contenido bajo apariencia de pan. En la Iglesia desde primeras horas de la tarde no cabe un alfiler, porque además de los adoradores, están los filarmónicos y los estetas que no están dispuestos a perderse el festín. Ya cerca de las nueve de la noche sacan la monumental y rica custodia en procesión por el claustro renacentista, cubierto de olorosa enramada. Cada doce pasos la paran, inciensan y echan pétalos de rosa, para que pase por encima. Se vuelve a casa pletórica.
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