Cuando mayo se va (I)
Cuando mayo se va, no va mal hacer resumen. Muchas cosas bonitas se habrán ido, como agua entre peñas. Las que recuerdo, quiero consignarlas.
El día 23, miércoles – día de la semana que suelo rezar por mi familia – mi hijo Juan presentaba en Barcelona, en “Casa Asia”, su cuarto libro: “Antropología del Budismo”. Fe y yo fuimos al acto con avión de ida y vuelta en el día. Un día hermoso en el que pude oír disertar a Juan, como tantas veces he oído disertar a su padre. La sala, aunque no muy grande estaba llena, con gente de pie. Imposible no pensar en la “sed” de la gente, e imposible no pensar que, como dijo Pedro al Señor: “¿A dónde iríamos?. Tu solo tienes palabras de vida eterna.”
El día 26, hizo su primera comunión mi nieto Alejandro. A mi me gustaría llamarle Alexei, o Aliosha, pero a sus padres no les gustaría. Cuando de recién casada leí y disfruté “Los hermanos Karamazov”, era impensable que con los años fuera a ser abuela de un niño ruso, guapo y bueno. La vida nos sorprende siempre. En la cena, por todo lo alto, Mi hijo Juan que de joven ha vivido mucho tiempo haciendo de mago, nos entretuvo durante una hora a la chiquillería y a los mayores. Un día bonito.
El 28 me fui de romería con una amiga a la que conozco desde que de párvula en el colegio se manchaba la boca con sobrasada. Después de rezarnos las tres partes del rosario (que entre dos se rezan la mar de bien) Hablamos un poco. Me dijo que a ella su marido (general de Estado Mayor) le había inculcado mucho una máxima, del manual del cabo, que ella procuraba vivir: “Nada pedir, nada rehusar”. La máxima esa – le dije-es de San Francisco de Sales. Mi amiga Asun también es aficionada a ella.
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