Cuando era pequeña...
Cuando era pequeña…
Cuando era pequeña, soñaba como todas las niñas, con mi príncipe azul. No ha mucho me decía una mujer joven que en los cuentos que leía de niña las ranas se convertían en príncipes y ahora los príncipes salen ranas. Pero dejemos eso. Mi príncipe tendría que llamarse Javier ( por lo menos acerté en la J . La J, para un nombre de varón siempre me ha parecido varonil y vibrante. Y desde luego, necesariamente tendría que ser muy inteligente ( también en esto acerté). Por otro lado, había tres profesiones, (aunque no las consideraba tales: las niñas tenían que casarse y ejercer un trabajo fuera era cosa del varón) por las que me sentía atraída: misiondero,
capitán con mando en plaza, y modelo de pasarela.
Las tres cosas de algún modo las he ejercido. Hablar de Dios a la gente, tanto de viva voz como por escrito, es algo que he hecho con abundancia. En cuanto a lo de capitán, llevar una casa teniendo cuatro hijos, y ahora además seis nietos, no es plaza sin importancia que sacar adelante. Mis grandes o pequeñas dotes de mando y organización han tenido y tienen materia para emplearse a fondo. Y en cuanto a lo ser modelo de pasarela (Dios me hizo alta, como a la esposa del Cantar de los cantares, cuando había pocas) creo que la vida me lo ha arreglado mejor: durante mi noviazgo y primeros años del matrimonio, he sido fotografiada por mi marido ampliamente. Caer en la cuenta de la realización de estas pequeñas cosas es algo que agradezco.
Cuando era pequeña tuve muy claro que a éste mundo habíamos venido para ser santos y el no conseguirlo era un tremendo fracaso. Después oiría muchas veces aquellas palabras de la Escritura: “Os he elegido antes de la constitución del mundo para que seáis santos en mi presencia”. Entonces leí “Modelos de Santidad” y ahora sigo en esa línea de lecturas, sobre todo cuando son los propios santos quienes nos cuentan su vida.
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