04 junio, 2006

Lenguas de fuego

Hay una época feliz, en la vida de una mujer en la su hijo, de niño, le acompaña, por definición, a donde quiera que vaya. No me refiero a que lo haga porque no tenga más remedio, sino a que se ofrece de buena gana a hacerlo. En un día como hoy hace, como en los cuentos, muchos años mi pequeño hijo mayor me acompañaba encantado a oír misa en la capilla del Clínico. Era, como hoy, domingo de Pentecostés y por el alegre camino flanqueado de castaños y moreras le iba contando cómo el Espíritu Santo se manifestó en forma de viento impetuoso y se posó sobre las cabezas de los apóstoles en forma de lenguas de fuego. A él, que seguía el relato con interés, eso de las lenguas de fuego le impresionó mucho.

Esta tarde, al ir a ver a Lola camino del Clínico me acordaba de ello y también de una de las preces que se reza en la misa a hasta la venida del Papa a Valencia el día 8 de julio y que me parece especialmente acertada. Dice así “Oremos por todos los padres, primeros evangelizadores de los hijos, para que fieles al don precioso del Creador, les ayuden a construir, desde las primeras oraciones, un universo moral enraizado en la voluntad de Dios, de manera que crezcan en los valores humanos y cristianos que dan pleno sentido a la vida.”.

Los hijos crecen y aquello que aprendieron de niños, no siempre les acompaña. Quizá tienen que encontrarlo por sí mismos, después de un camino más o menos accidentado.
A los padres les toca esperar, esperanzadamente a que pueda producirse en ellos aquello de que hablaba el poeta al hablar de su infancia, expresando su nostalgia de Dios:
“Porque Señor yo te he visto, y quiero volverte a ver”.