21 junio, 2006

Katherine

Conocí a Katherine, una inglesita blanca y rubia de 32 años, el día en que yo casi le doblaba la edad, en una alegre cena que terminó con una animada “Salve rociera”.Lamenté entonces mi escaso inglés, porque ella entendía el español pero a penas lo hablaba. Cuando nos despedimos me regaló un pequeño icono de la Virgen, muy bonito, que está ahora en una de las paredes de mi casa. Siempre que paso por allí, la miro y le digo : “ ¡Katherine¡” y la Virgen ya entiende que pido para ella en la vida, un camino seguro.

En mi casa en cada habitación hay un cuadro de la Virgen. A veces hay más de uno porque es un compromiso no colocar las que uno tiene si son hermosas. Aprendí muy pronto la ayuda que supone tener a mano una imagen de la Virgen y poderla mirar las veces en que por cualquier motivo estamos hasta el gorro. Porque las madres entienden a los hijos con una mirada. De niña, mi padre hacia bastantes ruidos comiendo, cosa que me sacaba de mis casillas, pero no podía decir nada porque entonces él los hacía adrede, tratando de educarme. Entonces yo miraba a la Inmaculada que presidía la estantería y encontraba alivio. El tener más de una imagen en una habitación no es por superstición sino que es una cosa que trae la vida. En casa de mis padres, en el cuarto de estar había dos: una escultura de la Inmaculada que nos regaló mi abuela Pilar y una Virgen del Perpetuo Socorro, patrona de los Médicos Militares, que no se quien nos la regalaría. En el de mi casa hay tres. Yo comprendo que es un exceso, pero ¿quien quita alguna? Las tres son preciosas: un icono en plata de una Virgen eslava, regalo de boda. Una escultura de madera que puede ser muy bien la “sedes sapientiae” y una Virgen del Pilar pequeñita, tambien de plata que le regaló a mi marido una baturra porque colocó a su hijo. Así que con ese panorama no fue fácil colocar la de Katherine, pero colocada está.