Viene el Papa
Desde el día 9 de junio, mi balcón tiene la bandera amarilla y blanca que puso mi madre en el suyo cuando vino Juan Pablo II en el 82. Entonces mi hija Marta y yo acudimos a Madrid a la gran concentración de la Castellana. Ella tenía diez años. Sentadas en el suelo horas y horas oímos, recientemente se había abierto la posibilidad del divorcio en España, la voz fuerte y enérgica de un Papa joven decir con entusiasmo: “¡El matrimonio es indisoluble¡”. No creo que para los que lo oímos, sea posible olvidar se grito. Han pasado muchos años desde entonces.Aquella niña es madre de tres hijos, dos de ellos rusos y está embarazada del cuarto. Pintando sobre plástico blanco, con pinturas de “La pajarita”, que dando dos capas se agarra bien, ha hecho, “reptando por el suelo”, según sus palabras, un gran cartel de diez metros por uno ochenta que, con el escudo del Papa y el letrero de “somos familia” bajo las siglas del V EMF, penderá de la fachada del Colegio de Loreto para recibir al Papa. Me emocionó saberlo, por el hecho en sí y por su reciente estado. La familia será siempre lo que es, porque no está en manos del hombre, por mucho poder que tenga hacer comulgar al personal con ruedas de molino comulgar. Recemos por ella, que lo necesita. En mi parroquia, en las misas, lo hacen de forma bella: “Oremos por todos los padres, primeros evangelizadores de los hijos, para que fieles al don precioso del Creador, les ayuden a construir, desde las primeras oraciones, un universo moral enraizado en la voluntad de Dios, de manera que crezcan en los valores humanos cristianos que dan pleno sentido a la vida”. Pues eso.
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