14 abril, 2006

Semana Santa

Recuerdo que de niña, allá por los cincuenta, en la mañana del Viernes Santo, un predicador elocuente, jesuíta o dominico (alternaban por años), a partir de las 12 del mediodía, desde “Radio Nacional de España” iba desgranando las “Siete Palabras de Cristo en la Cruz”, con una predicación emotiva y sobria que llegaba al alma. Mientras mis padres y nosotras dos, alrededor de la mesa camilla, mesa redonda con brasero de piñol, escuchábamos emocionados. Al terminar, a eso de las tres de la tarde, hora en que murió el Señor, nos levantábamos para ir a rezar, frente al crucifijo del cuarto de mis padres, de rodillas y con los brazos en cruz, “los treinta y tres credos “ en recuerdo de los treinta y tres años que vivió Cristo. Entonces, Francisca, la “muchacha”,que así se llamaban a las chicas de nuestros pueblos que con una maleta de cartón llegaban a la capital “para servir en una buena casa”, por su cuenta y sin decir nada se arrodillaba junto a nosotros para rezar también. Al pie de la cruz de Cristo no hay amos ni criados, que hermanos somos todos.
De que los buenos predicadores de La Pasión del Señor, son siempre necesarios , da también cuenta Madame de Sévigné, cuando en carta a su hija Françoise Marguerite le decía el Jueves Santo 26 de marzo de1671: “….mañana quiero asistir a la Pasión del Padre Bourdalue o del Padre Mascaron; siempre me han gustado las pasiones hermosas…” Y yo les digo a mis hijos, quizá desde aquí, que es imprescindible la lectura del libro del Vía Crucis de Joseph Ratzinger, nuestro Benedicto XVI, paera durante la Semana Santa, para estar en onda.