Gimnasia
Nunca he comprendido la necesidad de tener que hacer gimnasia para mantenerse con un tipo aceptable, cuando la vida de por sí, sobre todo si se es una mujer, da abundante ocasión de mover brazos y piernas. Que sobre todo el trabajo físico que nos ha caído siempre encima con la limpieza y arreglo de la casa, subida y bajada a los altillos para los cambios de ropa según estaciones, acarreo que no cesa de bolsas de alimentos (una amiga Químico me decía : “¿has pensado en la cantidad de toneladas de alimentos que hemos transportado y procesado en la vida?”), los mil un periplos ciudadanos a: consultas de Médicos propias y con hijos ( las mujeres vamos al Médico solas, pero hemos acompañado a él a todos los miembros de la familia), para consecución de certificados y documentación de todo tipo ( propios y familiares), recogidas a los colegios, salida de compras (con carrito de niños o sin él, descansadas o después de una dura jornada de trabajo), etc, etc, haya encima que apuntarse a un gimnasio, me ha parecido siempre puro masoquismo. Por ello me he llenado de regocijo al leer estas palabras de San Pablo en su primera carta a Timoteo: “Ejercítate en la piedad, porque la gimnasia corporal es de poco provecho; pero la piedad es útil para todo y tiene promesas para la vida presente y para la futura”. La experiencia, que ya va siendo larga, me dice que San Pablo tiene razón.
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