13 noviembre, 2005

Adiós

Cuenta Adam Bujck en una biografía sobre Juan Pablo II que, “Alabado sea Dios” era el saludo que intercambiaban los campesinos de Niegowic cuando se encontraban por los caminos, allá por 1948, cuando Karol Wojtyla era el cura párroco de un pequeño pueblo polaco de hermosos tilos, canto, cuando corresponde, de pájaros y grillos y lámpara de petróleo para iluminar las veladas.
Quizá de esa frase o del “Con Dios quedad” de nuestro teatro clásico, proceda nuestro acostumbrado “Adiós”, que hoy se va perdiendo, sustituido por el: “hasta luego”. Y sin embargo, con Dios quedamos y hacia Él vamos sin que ninguno de estos hechos sea remediable.
El día 3 de noviembre murió mi amiga Josefina, catequista durante quince años de la parroquia de San Alberto Magno y Nuestra Señora del Camino, que es la de ambas. Cuando me lo dijo Julia, el día 4, festividad de San Carlos Borromeo, estaba a punto de empezar la misa de ocho de la tarde en la parroquia. Acudí a oírla por ella. La iglesia, bien iluminada, estaba llena de flores y olía fuertemente azucenas. Había sido engalanada para la novia que se casaba al día siguiente. Pero… las cosas tienen más de un significado y conectados estamos todos. Al verla pensé que en realidad esa magnificencia floral la estrenó Josefina. Fue para ella en primer lugar, para festejar la entrada de ésta en el banquete de bodas del cielo.
El día 10 en que D. José, celebró una misa por ella, su hija Sonia leyó con aplomo y sentimiento la poesía de Miguel Hernández: “A la muerte de Ramón Sigé”. Josefina y yo la conocíamos desde que, de jóvenes asistíamos a una desenfadada Tertulia Literaria. Esto no podía saberlo Sonia. Parecía que el tiempo no hubiera pasado, pero ella había cruzado ya esa frontera que está tan cerca y tan lejos.
Después oímos al sacerdote. Por él supimos que Josefina recibió la Santa Unción con humildad y reverencia. Que sabía que se iba, pero que a Dios iba y en su misericordia confiaba. Con alegría podemos recordar esto sus amigos. Hasta luego, Josefina.