"Tita Mili"
Conocí a “tita Mili” a los diez años. Maritina, mi mejor amiga, vivía con ella y con su abuela Doña María Pajares, que llevaba siempre unos “pendientes buenos” descomunales y era viuda de un ingeniero de minas suizo. Doña María, acostumbrada a llevar un tren de vida alto, se lamentaba con mi madre de que al morir su marido tenía que tratar de mantenerlo por tener dos hijas casaderas. Pedro, el hijo varón era el padre de Maritina, y las hijas Maruja y Emilín (tita Mili) se casaron, aunque ninguna de las dos tuvo hijos. Emilín y su marido, vivían con Doña María, alegre y simpática a la que todas las amigas de su nieta queríamos. El que Maritina llamara a su tía “tita” siempre lo consideré de gran postín. Emilín se iba todas las tardes con su marido al Ateneo por lo que Doña María se quejaba con mi madre de su soledad. Nosotras habíamos crecido y ya no íbamos por las tardes a su casa: en vacaciones, a jugar y durante el curso a estudiar. Cuando Doña María estaba para morir, un día tita Mili me dijo: “Rosita, reza para que el Señor se la lleve pronto”. Yo me quede pensando que el purgatorio hay que pasarlo aquí o allí y que aquí se merece y allí no. Y así quedó la cosa.
He vuelto a ver a tita Mili, tiene 92 años y alzheimer. Lleva el pelo rubio y cuidado. Sobre un escote discreto, un bonito collar de cristal y azabache y su cara, más delgada, tiene una expresión dulce. Esta guapa.
Al verme me dijo: “Rosita, ¿rezas mucho?”- le dije que sí – “yo también” –contestó - y después: “tienes un hijo muy guapo”. Solo lo vio una vez, hecho ya un hombre, y se acordaba.
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