22 septiembre, 2014

Continuación (Chateaubriand)

“ Mi madre – escribí en el primer prefacio a ésta obra (“Memorias de Ultratumba) después de haber sido arrojada a los 72 años –, ( estamos en plena Revolución Francesa y François de Chateubriand era Vizconde ) en las que vió morir a una parte de sus hijos, murió finalmente sobre un camastro al que le habían relegado sus desgracias. El recuerdo de mis extravíos llenó sus últimos años de una gran amargura. Moribunda encargó a una de mis hermanas que me recondujera a esa religión en la que yo había sido educado. Mi hermana me transmitió el último deseo de mi madre. Cuando a través de los mares me llegó la carta, (horrorizado por la “fiesta de caníbales” en que se había convertido la Revolución se había ido a Estados Unidos) mi propia heremana había muerto. Había fallecido a causa de las secuelas de su encarcelamiento. Esas dos voces venidas de la tumba, esa muerte que era intérprete de otra muerte, me golpearon. Me hice cristiano. Confieso que no cedí ante grandes luces sobrenaturales. Mi convicción surgió del corazón. Lloré y creí.” Lo aquí posteado, como lo anterior proceden de un encantador librito: “Memorias de Ultratumba” y “El Genio del Cristianismo” ( selección) de la colección editada por Rialp: “selección doce uvas”. Las “Memorias de Ultratumba•” ( hasta donde dió de sí el mes de agosto de 1960) me las leyó a la vez que las traducía del francés el que es el padre de mis hijos, en la pinada de Viver en la que desemboca la calle Mayor en la que pasábamos la mañana. En esa lectura – que llevé con paciencia gracias al mantel que estaba bordando – se pusieron de manifiesto su respeto filial – su padre quería que las leyese en francés – y mi aguante. Gracias a ese recuerdo, me compré, hace pocos días el librito de “doce uvas” y me he aficionado a la colección.