23 julio, 2014

Conchita

El 13 de julio, 5º domingo del tiempo ordinario, murió Conchita. Pese a nuestras discisiones, o quizá por ellas, la quería.Teníamos del tiempo una idea distinta. Para mi una hora de charla con una amiga era suficiente, en el día, había que hacer otras cosas. Pero a ella, no podía andar sin muletas, le había costado llegar a la cita en su coche grande, era partidaria de echar la tarde …– Hace poco cuando me parecía haber dado una larga propina al tiempo de estar juntas, me reprochó mi “impaciencia”. Ésto se había dado ya otras veces. Conchita no comprendía que cada uno somos como somos y eso hay que aceptarlo. Ella tenía una hija, yo cuatro. Ella luchaba intrepidamente con su invalidez desde niña con la polio, yo unas buenas piernas que me gusta utilizar. Ella se sentía segura al volante, yo fui feliz cuando vendí el coche.. Ella había ejercido la carrera que estudiamos juntas, y yo no. En fín…Así y todo, siempre tenía mala conciencia al despedirme de ella. Procuraba arreglarlo dandóle gracias a Dios por mi mobilidad y rezando un “Acordaos” a la Virgen por ella. Conchita, cuya poliomielitis le había hecho soportar trece operaciones, había tenido un cáncer de colón hace ocho años, y ahora, había vuelto a rebrotar. La última vez que la ví en su casa, supe que le quedaba poco: siendo de suyo animada y luchadora estaba abatida. Conchita era religiosa, de “Comunidades”. Le recordé lo que decía San Felipe Neri: “Te doy gracias Señor. porque las cosas no son como a mí me gustaría”. Sonrió. “Vas a tener un cielo muy grande”, dije al despedirme mientras la besaba en la frente. “Reza”, contestó seria. Lo he hecho y lo sigo haciendo, aún convencida de que está en el cielo. Leí las lecturas de la misa del día que murió : el Profeta Isaías, que hablaba de la siembra de la palabra de Dios, la epistola a los Romanos en la que San Pablo nos recuerda que “los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá.” Y el evangelio de San Mateo que vuelve a hablar de la siembra, algo de lo que Conchita tenía experiencia cuando cojeando, cojeando, como Ignacio de Loyola salía el Domingo de Resurrección con una compañera a “evangeliozar” a cualquiera, después de darle la paz y decirle que Dios le quería. a