19 mayo, 2013

Reseña

Ayer, 18 de mayo de 2013 hizo la primera comunión mi nieto Juan. Tiene nombre de Torero: Juan Alegre. Es espigadito y bueno. Conoce por sus nombres, por enrevesados que sean, todo animal que corre o vuela sobre la tierra. Ha comulgado siendo preparado para ello a conciencia. Además, tiene unos padres buenos y piadosos. Como a cierta edad los niños “hacen migas” con los padres y las niñas con las madres, me tranquiliza mucho el pensar en el padre de Juan, porque los padres enseñan a vivir a los hijos. Decía Álvaro del Portillo, en proceso de santidad , cuya biografía estoy leyendo gracias al padre de Juan, “ Dios Nuestro Señor quiso que fuera amigo de mi padre, – éste tuvo ocho hijos - y esto, evidentemente evitó que tuviese malas amistades.” Conviene recordar que los padres deben hacerse acreedores de la honra que sus hijos deben dispensarles. Juan comulgó en “El Colegio de “El Vedat”, donde la formación religiosa es esencial, así como se dá mucha importancia a la educación en virtudes humanas: sinceridad, lealtad, laboriosidad, generosidad, valentía..: “Dí la verdad aunque te cueste”. Éste, tiene capilla en la que a diario se puede encontrar al Señor en el sagrario, una hermosa y grande imagen de Santa María, al Arcángel San Miguel – que nos defiende del demonio – y a San José, imagen pequeña según su discreción habitual, y un sacerdote dispuesto a confesar a chiquilleria y mozos. Éstos últimos por la edad tienen las hormonas revolucionadas y conviene que se conserven limpios de alma y cuerpo. La pureza, por más que sea pisoteada en estos tiempos, es indispensable: “bienaventurados los liumpios de corazón porque ellos verán a Dios”. La confesión devuelve la paz y la alegría y nos hace renacer de nuevo. Pecando, no solo se tiene miedo del infierno- si los educadores han tenido la valentía de hablar de él – sino que después se está fatal. Después de la comunión nos fuimos todos a comer y pasamos un día estupendo.