25 febrero, 2013

El abrigo de astracán

Ella heredó un abrigo de astracán de su madre. Lo reformó para poder llevarlo y la reforma le costó cara. Pero, tenía que hacerlo: ella era más joven, o al menos eso creía, que cuando lo llevaba su madre, tenía que adaptarlo. Además, las modas cambian. ¿Cómo no lo iba a aprovechar? Ella sabía que su madre, que jamás sacó los pies del plato en cuanto a indumentaria, mientras vivió su marido, por otra parte inmejorable, nunca se lo pudo comprar, aunque sus amigas tenían abrigos de astracán negro, alguna incluso de visón. En la España franquista tener un abrigo de pieles era el sueño recóndito de muchas mujeres, el reconocimiento social no solo de un estatus, sino de su buen hacer. Creo que esta última faceta permanecía ignorada para muchos maridos, los únicos que en la clase media que llevaban el dinero a casa. Los hombres buenos siempre están en las nubes, en el fútbol, en las carreras de motos, o en la homeopatía y la fotografía como mi padre. Cuando su madre se quedó viuda, se lo pudo comprar. Una mujer viuda, al frente de una casa dá para mucho. Ella pues, se arregló el abrigo y al llevarlo se echó tontamente muchos años en cima. Y muchos años más tarde, al crecer sus hijas, no le dejaron llevarlo: “Mamá, ese abrigo te hace vieja”. Harta de verlo colgado, se lo ofreció a su antigua asistenta, Ésta lo sospesó y dijo: “pesa mucho, no puedo llevarlo”.Vivir para ver : la asistenta jubilada no lo quería. Dispuesta a no dejar ese muerto a su muerte, lo ofreció a la joven gitana, llena de hijos, que pide a la puerta de la parroquia: “¿ quieres un buen abrigo de astracán?, puedes venderlo” La gitana sonrió y dijo: “gracias, pero es que yo no voy al rastro” y siguió pidiendo a los parroquianos con su mejor sonrisa.