Mi abuelo Gregorio
El 3 de septiembre era la festividad de San Gregorio Magno y yo me pregunté : ¿hubiera sido el santo de mi abuelo Gregorio, el padre de mi madre? Imposible saberlo. Y me acordé de él porque aunque murió a mis nueve años, me dejó un un recuerdo bonito. Mi abuelo Gregorio era un hombre simpático, que sentó plaza para ir a la guerra de Cuba y volvió de sargento, y se casó en tres meses con mi abuela Rosa, guapa y bien plantada. Llegaron a venerable ancianidad y pese a las discusiones, que nunca faltan, no podían vivir el uno sin el otro: amores reñidos, amores queridos. “Carmelo” – le decía a mi padre una noche de agosto “tomando la fresca” bajo la noche estrellada – “nunca le pidas consejo a tu mujer para los negocios” . Pero qué negocios - pensaba yo - , si mi padre no tiene una perra más que lo que gana con su trabajo y en casa el dinero no sobra. Los niños entienden más de las conversaciones que lo que pensamos. Mi abuelo Gregorio – quizá por lo de Cuba consiguió la tabacalera de Alcañiz y era un gozo entrar y ver los pliegos de papel de barba, las hojas de sellos.. y sentir el olor de los habanos con sus alegres vitolas…Y con la tabacalera, dió carrera a sus dos hijos, casó con dos Médicos a sus dos hijas, y compró “El Chopar” y “Las Torres” y algunos muebles del conde de San Braulio. Murió a los 81 años, como hombre de bién, porque se muere como se vive. Rodeado de sus hijos, una vez sacramentado, con lucidez y sin miedo: “ cómo me va a castigar Dios que es mi Padre, yo no os castigaría a vosotros” - les había dicho en una ocasión -, para quitar hierro, pidió un cigarrillo e intentó fumar..Fué solo un gesto, El cigarro que le encendió su hijo César, se lo quitó de la boca a penas empezado. Éste lo guardó en su cartera, durante mucho tiempo. “Quiero morir con los ojos abiertos / quiero morir bién abiertos los ojos.”, que decía D. Miguel de Unamuno. Mi abuelo murió también como deseaba morir Lorca: “decentemente en mi cama” y aunque las sábanas no fueran de holanda, seguro que estaban bordadas y muy bién planchadas: la tía Pilar hacía ambas cosas admirablemente. Doy importancia, porque la tiene a que mi abuelo muriera en su cama matrimonial. El lecho conyugal es un altar y “ no debe convertirse en catre de mancebía”, como tal debe ser considerado, en él se concibe la vida, y la vida es sagrada. Es bonito entregar la vida en ese mismo lugar. La vida de un cristiano es hermosa. Hay mucho que contar en estos tiempos revueltos..Pero sobre todo hay que contar una cosa: la Misericordia de Dios es más grande que el pecado del hombre siempre que éste tenga la humildad de pedirle perdón
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